domingo, 9 de dezembro de 2012

Vida abundante - Don Helder Camara

Don Helder Camara
Vida abundante

Amigos y hermanos míos:


Las palabras del evangelio de hoy son capaces de despertar nuestras mentes a algunas meditaciones especiales, muy importantes para nosotros.


Jesús dijo que no debíamos temer a aquellos que pueden matar el cuerpo pero no pueden matar el alma.


Debemos tener la valentía de preguntarnos si para nosotros el mal consiste solamente en ver muerto nuestro cuerpo o nuestra alma:

¿no hay gran maldad en matar no sólo las almas sino también los cuerpos de algunos hombres o hermanos?


Cuando oímos la palabra homicida aplicada a nosotros nuestra primera reacción es muy negativa, como si fuese un terrible insulto.


Debemos tener la valentía de enfrentarnos a nosotros mismos, a pesar de vertios sumergidos en medio de muchos, muchísimos trabajos de los cuales, evidentemente, el mayor es la presión de la vida; pero a veces eso es una manera de evadir, quizás inconscientemente, el enfrentamiento con nuestra propia conciencia.


¿Somos homicidas? El escándalo que confesamos es una manera de matar almas. ¿Estamos seguros de que nunca, en nuestra vida, hemos matado la ingenuidad, la pureza, la esperanza, la fe, la alegría de vivir de alguno de nuestros hermanos o hermanas?...


Es muy curioso que nos sea más fácil admitir la posibilidad de haber matado y ofendido a algunas almas.


Pero reaccionamos vigorosamente si se nos acusa de matar u ofender a los cuerpos. ¡Eso nunca!, decimos.


Debemos tener el valor de examinar profundamente nuestra-vida, nuestra conducta. ¿Estamos seguros de que, directa o indirectamente, nuestro egoísmo no está reduciendo las posibilidades de otras auténticas vidas humanas que nos rodean?
San Francisco de Paula era amigo del rey de Ñapóles.

En una ocasión este rey libró una serie de batallas locales, mató y perjudicó a muchas personas y les tomó las tierías.


Cuando el rey tuvo que ir a ver al santo se le ocurrió la idea de ofrecer muchísimo dinero para los pobres del santo con el fin de obtener de éste su favor y su perdón. Según leemos en su biografía, san Francisco hizo un milagro con la ayuda de Dios: cogió una moneda y el rey vio cómo de ella salía sangre.


¿Estamos seguros de que dentro de nuestras limosnas no está el sudor y la sangre de nuestros empleados, de nuestros obreros?


¿Estamos seguros de que dentro de la ayuda que nuestro país concede a los países pobres no hay sangre, sudor, fatigas y lágrimas?


Queridos hermanos, Cristo, nuestro hermano, vino a la tierra para hacer posible la vida y para darnos a todos vida abundante.


Cristo, ayuda nuestra buena voluntad y nuestro deseo de no matar u ofender jamás a nadie, pero ayúdanos a llevar a cabo tu programa de vida y vida abundante no sólo para los grupos pequeños sino para toda la humanidad; no sólo para algunos países sino para todos los países.

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