Mundialización de la Solidaridad y de la esperanza - El Salvador
por Pedro Casaldàliga
Con ocasión de los 20 años del martirio de "San Romero de América" se
celebraron en El Salvador diferentes actos de memoria y compromiso, en medio de
un verdadero estallido popular de jubileo romeriano, dentro del gran jubileo de
Jesús. Como SICSAL -Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con y
desde América Latina- organizamos, en San Salvador, el duodécimo encuentro
mundial de solidaridad. Fue allí donde di esta charla que reproduzco ahora, sin
la cálida espontaneidad con que vibrábamos en aquel auditorio de la UCA,
dedicado al mártir Ellacuría.
Conocemos y sentimos muy bien la globalización neoliberal que está
ahí, dominando el mundo, como sistema supuestamente triunfante: de pensamiento
único, de interés único, de poder único. Cumpliendo el irónico consejo de
Keynes: "Por lo menos, durante unos cien años debemos fingir entre nosotros y
delante de todos los demás que lo justo es malo y que lo malo es justo... La
avaricia, la usura y la previsión han de ser nuestros dioses por un poco más de
tiempo..."
Nunca el mundo fue tan desigual y pobre. Nunca hubo tanta humanidad privada
de ser humana. Hemos pasado de los pobres a los empobrecidos, a los excluidos, a
los sobrantes. Cuando en el mundo cabríamos muy bien todos, como recordaba
Gandhi, siempre que algunos no se dedicaran prepotentemente a la usura y al
despilfarro. Que haya un billón y tanto de personas con menos de un dólar por
día es más que una iniquidad, siendo que bastaría cerca del 1% de la renta
mundial para erradicar la mundial pobreza.
Para el tema que nos interesa es bueno recordar también cómo la vivencia de
ese sistema de egoísmo total -que coincide además con la posmodernidad
narcisista- significa una crisis estructural de la solidaridad. Dom Demetrio
Valentini, gran animador de la Pastoral Social en Brasil, apuntaba: "Tal vez la
crisis de la solidaridad tenga que ver hoy con la privatización de nuestros
valores y sentimientos". (¡No se privatizan sólo las empresas y los servicios
sociales!). "Hay, en esta posmodernidad, una tendencia a la vuelta al propio
ombligo. Las personas están desencantadas frente a la política y los políticos".
La TV Record -una de las mayores cadenas de Brasil- hizo recientemente una
encuesta entre sus teleespectadores preguntando por las tres cosas que más
avergüenzan al país: los políticos salieron en primer lugar, antes que el
desempleo y la violencia. "Movidas, las personas, por la publicidad, prefieren
ser consumidoras a ser ciudadanas. Así se resquebrajan los mecanismos de la
solidaridad, se desarticula la sociedad civil, se refuerzan las desigualdades
sociales y la dominación de las élites". Recordemos que en América Latina (en
todo el tercer mundo) las élites u oligarquías han sido siempre -y son- el brazo
derecho de los sucesivos imperios, hoy del macroimperio neoliberal...
Por otra parte, la globalización, o la mundialización, mejor dicho, es
inevitable y es, además, bienvenida. En el mismo libro -Solidariedade,
caminho da Paz, editado por Cáritas brasileña preparando el Jubileo-, Dom
Demetrio, en el prólogo, reflexiona así: "Hoy todos constatamos la
inexorabilidad de la globalización. Ella acontece y se implanta, queramos o no.
Señal de que trae consigo una dinámica que se inscribe en la propia naturaleza.
El mundo es en realidad un globo, unido por un complejo de articulaciones que
imprime su marca a todo lo que en él va sucediendo. A nosotros nos cabe darle a
la globalización la fisonomía humana que por vocación somos llamados a imprimir
en el mundo para que en él la vida humana pueda desarrollarse y ser la principal
razón de ser de todo el universo, como la Biblia nos dice desde el principio...
Si es conducida por criterios de lucro y de dominación, la globalización
atropella las condiciones de vida de grandes mayorías, para proporcionar
ventajas a minorías privilegiadas. Por eso, es urgente impregnar de solidaridad
el proceso de globalización, para que se realice al servicio de la vida humana".
En la Agenda Latinoamericana que acabamos de preparar para el año 2001
-y que a partir de ese año será Latinoamericana-Mundial- soñamos
precisamente con la mundialización otra, con nuestra mundialización y
nuestra mundialidad; que quieren ser, que deben ser, réplica alternativa y
profética a la mundialización neoliberal que nos imponen. Escribo en la
presentación de la Agenda: "la gran novedad de la Agenda en este primer año de
un nuevo milenio es que la Agenda Latinoamericana quiere ponerse mundial. No por
oportunismo, sino para responder a los signos de los tiempos. Lo cual es una
orden del propio Jesús de Nazaret y es el dictamen de cualquier sociología que
quiera respetar la realidad... El mundo se está haciendo uno. Para bien o para
mal... En América Latina hemos repetido, sobre todo en las horas más decisivas,
que o nos salvábamos continentalmente o continentalmente nos hundíamos. Ahora
hay que decir, con un realismo que no puede desmentir a la esperanza, que o nos
salvamos mundialmente o mundialmente nos hundimos. Nadie, ningún país, puede
salvarse aisladamente. Hoy más que nunca no somos islas. El mundo es ya nuestra
circunstancia. Yo soy yo y el mundo..."
Recuerdo después cómo la Agenda ha ido abrazando las Causas profundas de la
Patria Grande. Hoy cualquier agenda humana -social, política, religiosa- debe
asumir las grandes causas de la humanidad. "Esos sustantivos
mayores de los cuales llenan su mentirosa boca incluso los políticos y las
instituciones más cínicos: la tierra, el agua, el alimento, la salud, la
educación, la libertad, la paz, la democracia (¡otra democracia, otra!), todos
los derechos humanos y los derechos de los pueblos, la vida, en fin". Destacando
siempre, cada vez más, los sujetos prioritarios multisecularmente marginados que
están emergiendo con un protagonismo revolucionador: la mujer, los pueblos
indígenas, los pueblos negros, los movimientos populares, las ONGs...
"De esa mundialidad así entendida -añado en la Agenda- habrá que hacer una
actitud, un hábito; una virtud, amasada de conciencia, ascesis, entusiasmo,
solidaridad".
Radicándose en la propia realidad cotidiana, claro está, nutriendo
las raíces en el lugar y la memoria, postura indispensable para lanzarse al
horizonte mundial y a la historia mayor. Recuerdo también, en la Agenda, que
"las grandes Causas de la Humanidad son para nosotros causas también divinas:
creemos en el Dios de la Vida, Padre-Madre de toda la familia humana, en todas
las religiones y más allá de todas ellas, macroecuménico su corazón maternal. Al
fin y al cabo, Dios y la Vida son las dos referencias más universales que
palpitan en la entraña de la humanidad.
Yo insistiría hoy, precisamente frente a la desequilibradora prepotencia del
neoliberalismo excluidor, en una vertiente y hasta finalidad de la solidaridad
verdadera, que quizá no hemos destacado bastante. Venimos de una herencia
limosnera, de caridades, de campañas de emergencia, de ayudas puntuales: que
seguirán siendo necesarias, porque pobres y desgracias siempre los habrá, pero
que no justifican que la solidaridad se quede ahí, puntual, coyuntural. Siempre
hay que incidir también en la estructura. Y me parece que en esa perspectiva
deberíamos insistir cada vez más en la igualdad, como objetivo de la
solidaridad. Igualdad para las personas, igualdad para los pueblos; igualdad
de dignidad, de derechos y de oportunidades. En la pluralidad de las
identidades, claro está. Hay una desigualdad que es sinónimo de injusticia.
La verdadera, la eficaz solidaridad ya no es sólo "el nuevo nombre de la
paz", como decía Juan Pablo II. Es el nuevo nombre, el nombre definitivo, de la
sobrevivencia humana. Si no se quiere propiciar "un mundo donde quepan todos",
como piden los zapatistas, en el mundo no va a caber nadie. "La Solidaridad
-escribo en el libro de Cáritas- es el nuevo nombre de la Sociedad humana. Ella
traduciría o complementaría el derecho, la justicia, el propio amor. Siempre que
se entienda la solidaridad y siempre que la Humanidad se entienda a sí misma
como un solo destino, la única familia humana, la hija humana de Dios"... "Un
destino común, compartido -escribe Regina Ammicht Quinn- exige solidaridad".
Sé que estoy pidiendo una revolución de valores y posiciones, de privilegios
y de necesidades, de los varios mundos hacia un solo mundo, el humano, que es
divino también para nuestra fe. El monje biblista Marcelo Barros habla de la
solidaridad como "el nombre nuevo de la fe". Se trata, sí, de una revolución
ética y estructural, cultural, sociopolítica, económica; y sobre todo
espiritual. Desde el privilegio -que siempre excluye o margina- no se puede ser
solidario.
En todo caso se trata -y aquí está la raíz de esta revolución- de ser
solidarios/as y no sólo de hacer solidaridad; de vivir constantemente la
solidaridad en la asunción común de las grandes causas de la humanidad; de vivir
una solidaridad no sólo de gestos, sino también de actitudes, una virtud -como
decía antes- amasada de indignación ética, de misericordia, de donación, de
renuncia, de sobriedad comulgante y de praxis liberadora... ¿Ya se ha hablado de
todos los "principios" posibles, no? El principio esperanza, el principio
misericordia, el principio realidad... ; valga hablar, pues, de el principio
solidaridad, como de "una estructura fundamental de nuestra reacción delante
de las injusticias y de la forma como la Sociedad se organiza en este mundo".
Son palabras de Marcelo Barros también, aunque él las aplica al principio
misericordia.
En última instancia, sería la opción por los pobres integralmente percibida y
vivida, como amor político también, también como militancia liberadora: como
opción por el Reino de los pobres y por los pobres del Reino, dicho en
cristiano.
Es pura religión viva. Ver y oír la realidad, como nuestro Dios: "vi la
aflicción, oí el clamor, de mi pueblo"... Sentir la realidad: "ser
misericordiosos como el Padre". "Conmovérsele a uno las entrañas", como a Jesús.
Actuar sobre la realidad: ayudar a "hacer salir el sol y caer la lluvia para
todos" como lo hace el Padre. El Nuevo Testamento nos ha desvelado al hermano
universal Jesús como aquel que ha cargado solidariamente con el sufrimiento y el
pecado de toda la humanidad.
Hablando de revolución, hay que recordar la palabra luminosa del Che: "si
sientes el dolor de los demás como tu dolor, si la injusticia en el cuerpo del
oprimido fuere la injusticia que hiere tu propia piel, si la lágrima que cae del
rostro desesperado fuere la lágrima que también tú derramas, si el sueño de los
desheredados de esta sociedad cruel y sin piedad fuere tu sueño de una tierra
prometida, entonces serás un revolucionario, habrás vivido la solidaridad
esencial".
He dicho que esa actitud-solidaridad debe pretender la eficacia también. El
Papa, en su discurso a la ONU, el 2 de octubre de 1979, afirmaba: "Es necesario
traducir la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) en
términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos y de relaciones
entre el primero, segundo y el tercer mundo" (y el cuarto).
Hablaremos un poco, después, de la esperanza, de globalizar o mundializar la
esperanza. Es necesario recordar aquí que las tres virtudes teologales son una
sola actitud y praxis teologalizadas; y, en instancia evangélica, la solidaridad
es la caridad, el mandamiento nuevo, Su mandamiento, el de Jesús. ¿Es posible,
hoy sobre todo, una caridad que no sea política, si quiere ser verdaderamente
humana y cristiana?
Y van dos citas de Santiago Sánchez Torrado, en su folleto de la "Colección
Alternativa", La izquierda: desafíos y propuestas: "Una expresiva cita de
Peter Glotz me parece muy adecuada para situar el tema de la solidaridad como
contribución sustantiva de la izquierda: 'la izquierda debe poner en pie una
coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con los
débiles, en contra de sus propios intereses'... Uno de los más graves desafíos
que tiene pendiente nuestro mundo es un incremento notable de un tejido
solidario: como entramado integral y equilibrado de actitudes eficaces y como
establecimiento de redes solidarias...". Agnes Heller ha dicho que "la
solidaridad es la cualidad más importante de la izquierda social". Todo el
apartado "Un mundo solidario" del citado folleto merece una compenetrada
meditación. Para sacudir la modorra y el desencanto de nuestras queridas
izquierdas.
Y hablemos un poco más explícitamente de la esperanza. Olegario
González de Cardedal publicó un libro, de más de 500 páginas, dedicado a la
Raíz de la esperanza, editado por Sígueme de Salamanca. El enfoque es
bastante personalista, para nuestro talante latinoamericano, pero es iluminador
en su conjunto. Advierte, ya en las primeras líneas del prólogo, que "tres
palabras constituyen el meollo de este libro: libertad, soledad, esperanza". Y
recuerda que la conciencia humana "ha estado determinada en la modernidad por
las ideas de progreso (Ilustración), emancipación (Revolución), anticipación del
futuro (Utopía)".
La utopía de nuestra esperanza es que una auténtica revolución de valores,
relaciones y estructuras haga posible el verdadero progreso para todos y todas y
para todos los pueblos, en una cierta armoniosa igualdad. Nuestra esperanza se
llama solidaridad, en acto, en proceso, en espera. Evidentemente entendemos,
hasta por experiencia muy dolorosa, que la esperanza es procesual, sucesivamente
transformadora, histórica y escatológica. ¡Nada de "final de la historia" ya!
Alguien ha dicho con mucha razón que "la esperanza sólo se justifica en los que
caminan".
Esperamos porque desesperamos, porque esperamos contra ese mundo que se nos
impone, asesino, y con los y las desesperados de la tierra: los desheredados del
sistema. Sólo espera el que desespera; quien tenga hambre y sed de justicia, de
cambio, de solidaridad en la común soledad e impaciencia. "La esperanza nos ha
sido dada -escribe Marcuse- para servir a los desesperados". Y Marcel explicita:
"La esperanza está siempre ligada a una comunión". El consumismo, que se va
saciando con los macdonalds al uso, y el conformismo derrotista que ha arriado
las banderas de la militancia no tienen por qué esperar. La esperanza es lo
menos light que se pueda encontrar en la vida. Y, cristianamente,
"esperamos contra toda esperanza"...
Globalizar la esperanza, mundializarla, será ir haciendo que todos/as,
sobre todo los excluidos, los "ninguneados" que diría Galeano, aquellos que más
tienen por esperar, puedan esperar "razonablemente", sin sarcasmos por delante.
Y solamente la solidaridad globalizada irá haciendo este milagro de "esperanza
esperanzadora", al decir del mártir Ellacuría. La solidaridad irá haciendo de la
u-topía, "no"-lugar, una humana eu-topía, un buen lugar dignamente habitable.
Decimos de la Agenda Latinoamericana que es memoria, utopía, acción.
Así es la esperanza, con más méritos que la Agenda, claro. Acción, digo,
también. Porque se trata de una esperanza creíble, testificada por la vida
coherente, por la praxis eficaz, por la procesual transformación.
"Quem sabe, faz a hora, não espera acontecer", canta hace tiempo la
militancia brasileña.
Ellacuría, que hemos recordado estos días también con san Romero y tantos y
tantas mártires, nos pide que nos hagamos cargo de la realidad, cargándola
(descargándola también), a base de solidaridad comprometida. Ayudando a poder
esperar dignamente.
Citando a los mártires, testigos extremos de la esperanza, es bueno recordar
que vivieron "la esperanza contra la muerte para la vida". En la última Romería
de los mártires de la Caminada latinoamericana, en nuestro Santuario de
Reibeirão Cascalheira, el lema era "Vidas por la Vida"; en la próxima romería
que vamos a celebrar, los días 14 y 15 de julio de 2001, el lema será "Vidas por
el Reino".
Desgraciadamente, hasta en cristiano -en mal cristiano, evidentemente-,
muchas veces la esperanza ha sido una vivencia y una predicación de "esperar
sentado".
El teólogo Olegario explica, holísticamente, como se dice ahora: "Espera el
hombre [y la mujer, ¡caramba!] entero, como persona, es decir, como individuo
religado a su prójimo y a su comunidad. Y por ser solidario de toda la
naturaleza y de toda la historia, espera con ellas, y con él esperan toda la
creación y toda la comunidad. La esperanza es inseparable del amor solidario".
El SICSAL, desde el que hablo, nació en plena noche, o en plena lucha, y
bautizado con sangre mártir; a raíz de la muerte pascual de Romero. La sangre
hoy, más que derramada oficialmente es oficialmente prohibida; y la lucha ha
replegado entusiasmo en muchos sectores, militantes, cristianos también. Muchos,
muchas, parece que han perdido el "paradigma" de la Vida, el paradigma de la
Historia, el paradigma de Jesús: ese Reino, proyecto del Padre para la Humanidad
y el Universo, ahora en el tiempo y en la plenitud después. Este duodécimo
congreso internacional, promovido por SICSAL en el Jubileo de Jesús y de Romero,
debe relanzarnos a una solidaridad fortalecida y a una esperanza inclaudicable,
mundializadas en y desde nuestra América, desde el tercer mundo, desde el primer
mundo solidario.
Haremos todo por estar solidaria y esperanzadamente con los pobres de la
tierra, hasta el fin, como El está "hasta el fin" con nosotros y nosotras.
* * *
Añado un anexo, para decir, a nuestro propósito, lo que he sentido en esos
días exultantes del jubileo de Romero en su pequeño grandísimo El Salvador.
Definitivamente, la figura de nuestro san Romero de América se nos ha aparecido
como un prototipo singular, único en cierta medida, de la mundialización de la
solidaridad y la esperanza. Nuevamente he repetido con insistencia que Romero es
un santo universal. En mi circular fraterna de este año 2000 años de Jesús,
20 años de Romero, cito a Ludwig Kaufmann por su libro Tres pioneros del
futuro. Cristianismo de mañana. Estos tres pioneros son Juan XXIII, Charles
de Foucauld y Oscar Arnulfo Romero. Y en estos días del jubileo salvadoreño,
entre celebraciones ecuménicas, marchas populares y encuentros de militancia
comprometida, he tenido que repetir varias veces que Romero -y precisamente por
su coherencia evangélica- es el santo de los católicos, de los protestantes, y
hasta... de los ateos. Siempre que unos y otros, a su propio modo, militen por
la Causa: la Causa de Jesús y de su Padre, en instancia definitiva.
En una antología de testimonios acerca de monseñor Romero el boletín de los
Comités Romero del Estado español cita estas palabras de Díez Alegría: "El
arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero es para mí una figura central del
cristianismo en el siglo XX... uno de los mayores ejemplos (quizá el número uno)
de lo que fue ser testigo verdadero de Jesús de Nazaret (a quien los hombres
asesinaron y Dios resucitó por el Espíritu) en el artormentado siglo XX".
Y todas las celebraciones de ese vigésimo aniversario de su martirio -jubileo
de Romero en el jubileo de Jesús- tuvieron el sello explícito de la solidaridad
y la esperanza, testimoniado por hermanos y hermanas congregados en El Salvador
desde los más distantes ángulos de la tierra. A estas alturas va siendo cada vez
más Romero, no sólo un santo de El Salvador, ni sólo un santo de América, sino
un santo del mundo.
Pedro Casaldáliga,
en el jubileo de Romero dentro del
Jubileo de Jesús.
San Salvador, El Salvador, en Nuestra América
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